Emociones y realidad virtual
Por Audrey Prieto
“¡Holaaa!” me saluda una vocecita a las 7 de la mañana desde la casa de enfrente. Mi pequeña vecina de 5 años, Nicole, quien muy conversadora como siempre me explica antes de montarse en el carro con su papá para ir al preescolar, que pasará por la panadería y que irá todo el camino atrapando Pokemones, “un poco difícil, pero para mí es un poco fácil” se ríe mientras conversa y despide ansiosa ya por emprender viaje.
Debo confesar, al empezar este escrito, que mi postura ante las TIC –Tecnologías de Información y Comunicación- siempre ha sido abierta y positiva. Considero que son muchísimos más los beneficios que nos ha traído a la sociedad que las desventajas.
El ruido y la publicidad que ha tenido el famoso juego Pokemon-Go en los últimos meses ha desatado el entusiasmo de muchos, la ira de algunos y la astucia también de otro tanto. Particularmente a mí me ha parecido genial. No lo juego pero sí me he tomado el tiempo de entender su funcionamiento. Entonces me dije a partir de mi corta conversación con Nicole: Qué maravilla lo que puede en una niña de 5 años desarrollar!!! Sabemos que para los niños preescolares lo más abstracto es el concepto de “espacio y tiempo”. Pues este juego le permite a una criatura en esa edad viajar por la ciudad, en carro o a pie, reconocer los espacios que la constituyen (parques, paradas de autobuses, iglesias, calles, autopistas, escuelas…) y reconocer cómo su mundo real, el entorno por el que se pasea a diario, es representado en un espacio virtual (el teléfono androide de su papá). Es capaz de predecir cada día, que en un punto específico encontrará una gratificación a su juego (un Pokemón) y que tienen que girar a la derecha o izquierda porque en el camino junto al parque hay otros “monstricos” que atrapar. Sólo por mencionar algunos aspectos positivos de la famosa aplicación, del famoso jueguito.
Más allá de ello, existe una inquietud para muchas personas y es cómo la emocionalidad de los seres humanos se ve afectada por las realidades virtuales. Y es que las realidades virtuales nunca reemplazarán las del mundo real. Las competencias emocionales de los seres humanos no se desarrollan por sí solas, hace falta la interacción en la sociedad y el reconocimiento del otro y de sí mismo en toda su dimensión.
En mi humilde opinión, las culturas que más critican la realidad virtual son las occidentales; en las que el contacto físico y las sensaciones táctiles son importantemente valorados. A mí como venezolana y educadora me interesa que los niños y los jóvenes abracen, acaricien, se permitan dar estrechones de manos, que disfruten al asistir a reuniones con amigos y familiares… Pero ¿qué hay de las culturas orientales donde ese acercamiento físico es limitado y muchas veces vetado? Me atrevo a decir, como una hipótesis que me planteo sin investigación pero además con mucho respeto y valoración a las distintas culturas, que quizás las realidades virtuales allí no son tan reprendidas. Porque ¿qué es lo que mayormente en occidente le atribuimos negativamente a las redes sociales y juegos virtuales, aun cuando las personas están en permanente interacción con otras por esos medios? que las personas se están perdiendo del contacto físico y palpable del otro ser.
Sin embargo, soy de las que piensa que la virtualidad está cargada de emocionalidad, bien expresada, restringida, limitada o reprimida, pero definitivamente como expresa la colega educadora colombiana María del Carmen Moreno Vélez “la tecnología por sí sola no asume nada…” “detrás de cada bit hay una intención humana… detrás de cada evento hay un individuo o un colectivo expresando intereses, sentimientos, desarrollos, propuestas…”.
Soy optimista ante las TIC. Estoy persuadida que podemos (familias, maestros y sociedad) hacer la diferencia para que haya un sano equilibrio en el desarrollo emocional integral de los niños y jóvenes y las gratificaciones emocionales que les puede otorgar una realidad virtual. Simplemente hay que darle nombre a las realidades y hacerlos convivir saludablemente con ambas.
Audrey Prieto
Doctora en Ciencias de la Educación
prietomorenoau@gmail.com