Por Mario Morenza.
Hace unos años, cuando Vicente Lecuna aún fungía de director de la Escuela de Letras de la UCV, me mandó a llamar con carácter de urgencia a mi oficina en el Instituto de Investigaciones Literarias.
«Morenza, necesito que dirijas un grupo de apoyo», dijo. «Los asistentes no serían estudiantes con problemas de drogas, de ira, de alcohol o sexo. Los asistentes tendrían solo una cosa en común: todos tesistas». Vicente Lecuna continuó sin esperar respuesta: «Cargan a cuestas semestres y semestres, años de haber culminado los créditos, pero aún no se deciden a hacer la tesis».
Le dije que solo daría una sesión porque para ese entonces estudiaba para mi concurso de oposición, que es una suerte de prueba maratónica en la que debes escribir un artículo y luego dar una clase, solo que eso que escribirás y explicarás no lo sabes hasta el momento en el que se sortean los temas, que por lo general son unos diez, vaya rollo académico que te mantendrá metido en libros y libros sobre historiografía, teoría y narrativa por meses.
«Está bien, Vicente, dirigiré el grupo de apoyo».
Testimonios:
«Hola, qué tal, soy Nancy Rojas, tengo siete semestres haciendo la tesis».
«Hola, buenas tardes, aunque la mayoría me conoce, mi nombre es Mariana Osorio, y hace dos años y medio, después de engorrosos trámites burocráticos, me dieron mi carta de culminación de créditos. He cambiado de tutor y de tema de tesis unas doce veces».
«Qué tal, chicos, me llamo Miguel Rivera, y necesito ayuda. No sé cómo escribir un anteproyecto. Soy poeta y esto de la metodología me da urticaria».
«Buenas, buenas, mi nombre es Gustavo Alonso, cuando comencé la carrera quería trabajar Shakespeare, ya que en el colegio montamos una obra de este dramaturgo. Luego me di cuenta que es inabarcable. Solo quiero escribir las sesenta páginas que me piden y bórralo. Ahora solo he elegido una obra: Macbeth. Y de esa obra creo que solo analizaré las dos primeras líneas. Con eso me basta y sobra».
Al final de la sesión, y de una buena cantidad de consejos, les entregué una hoja con un decálogo. El decálogo del ensayista investigador-literario:
I
No plagiarás. Puedes engañar todas las veces a la mitad de los lectores, o a todos los lectores la mitad de las veces. Nunca, a todos los lectores todas las veces.
II
Escribe con una prosa sencilla y profunda. Si esa vecina que se molesta por el volumen de la música cada vez que organizas fiestas es capaz de entender tus argumentos, significa que has llegado a dominar tu tema de investigación.
III
La investigación en la literatura se lleva en el corazón para desvelarte noches y noches por ella, no en los labios para presumir en Facebook de los congresos a los que has asistido como ponente o de los artículos que has publicado en revistas arbitradas, además de esas alucinantes asociaciones de literatura comparada con las que, entre una y otra cerveza, impresionas a tus amigos.
IV
Antes de elegir un objeto de estudio hazte la siguiente pregunta: ¿estaré dispuesto a pasar al menos seis meses en esta investigación, como bien lo dice Umberto Eco en ¿Cómo hacer una tesis? Si la respuesta es negativa, no lo hagas, simplemente olvídala y dedícate a otra cosa. Si es afirmativa, adelante, siéntate a tu mesa, enciende tu máquina, abre un nuevo documento Word y empieza a escribir así sean garabatos y frases inconexas. Si nada llega a tu mente, entretente con Buscaminas. A veces encontrar las palabras es como este videojueguito: hay unas que funcionan y otras dinamitan el texto.
V
El autor o los autores que has elegido estudiar son tus dioses. A ellos debes honor y reverencia. Tu tesis, por lo tanto, debe estar bien escrita, un error equivaldría a un sacrilegio, una referencia inexacta, a una variante del pecado. Hazte de un diccionario de conectores, de otro de sinónimos y antónimos, no te permitas más de dos adverbios terminados en mente en menos de trescientas palabras. Recuerda que, en el futuro, tu trabajo será parte de los antecedentes de investigación de un entusiasta del porvenir.
VI
Tener siempre presente las palabras del crítico y narrador venezolano Carlos Sandoval: «En literatura cualquier tema es susceptible de estudio». No debes temer en lo absoluto desarrollar ese objetivo que tienes en mente por muy alocado que aparente ser.
VII
No es una recomendación, es un deber irrevocable, que antes de emprender la escritura de una tesis realices la lectura de al menos el 98.5% de la obra del autor a estudiar, así solo analicemos una de sus obras. Transcribe sus citas, todas aquellas que creas te sirvan, aunque apenas usemos una pequeña parte. Quizá en el futuro te sirvan para que las cites en Twitter y la gente crea que estás leyendo de nuevo su obra o que estás dotado de una memoria superior, pero no, tienes desde hace años tu catálogo secreto de frases tuiteables.
VIII
Ten fe en tu labor de investigación literaria. Aunque a veces es saludable, como diría Augusto Monterroso, dudar en lo que crees y creer en lo que dudas. Toda investigación nace, de hecho, de una duda, de un vacío, de alguna oscuridad que nos perturba.
IX
En tus manos no tienes la verdad, pero sí tienes la posibilidad de alcanzar una de las mil verdades que pueden surgir de una investigación. Mi poca experiencia en los estudios literarios ha sido suficiente para saber que nadie en literatura es portador de la última palabra. Pocas o ninguna pudieran jactarse como lecturas definitivas. Las épocas y los hombres cambian sus ideas, rejuvenecen cada tanto tiempo su percepción del mundo, pues este también es un ente inconstante. Siempre he tomado esta frase de un científico alemán como mi única verdad: «La única ley en el universo que no cambia es aquella que dice que todo cambia».
X
Hay dos formas de aprender: con lo que te emociona o conmociona. Para enseñar son las mismas. Nuestro ensayo, nuestro trabajo de investigación, de alguna manera para transmitir lo que hemos descubierto, debe emocionar, conmover a sus lectores, seguramente futuros ensayistas si no es que ya lo son. Nuestro trabajo es de creación, hasta podemos decir que es poesía, una extraña poesía en prosa con citas apa. Pero acaso, ¿la poesía y la física no tienen un mismo objetivo general en común? Descubrir los misterios del universo.
Narrador y cronista venezolano
Columnista en The Wynwood Times:
McGuffins’s Café