De la granja a la mesa
Por Ari Silva.
Una vez alguien me preguntó que cuál consideraba yo el ingrediente infaltable en la cocina, que cuál era ese sabor que para mi era indispensable. Muchos que conozco no saben cocinar sin ajo, mientras yo lo puedo pasar por alto sin temor. Otros le llaman a la cebolla, la reina de la cocina y son prácticamente inútiles sin la sazón que da la más famosa de los allium.Yo definitivamente soy de las que no puede cocinar sin hierbas frescas. Siendo el olfato mi sentido más agudo, no me extraña que lo que más llama mi atención en un platillo siempre ha sido el amoroso sabor de las hierbas y condimentos. Desde el fresco perejil, rizado o de gran hoja, pasando por el más usado en sopas: el cilantro, no dejando atrás al romero, la albahaca y el orégano; cada uno de ellos por separado o juntos, engalanan con sus acentos aromáticos, recetas complicadas y simples, de manera inolvidable. Mi pasión por ellas es tan fuerte que aunque vivo en un apartamento muy pequeño, he estado cultivando algunas en mi balcón. Las plantas me han enseñado el valor imponderable de ver crecer bajo tus propios ojos, lo que luego va a ser tu alimento. Esto les puede sonar un poco raro; pero en esencia, comer lo que cultivo me da una sensación de tener un superpoder.La primera vez que hice un pesto con la albahaca que cultivé, le pedí permiso antes de cortarla. Para algunos puede ser una cursilería, pero mi padre me enseñó que a los alimentos y a los animales había que honrarlos antes de cocinarlos.
Mi pesto quedó riquísimo, no solo porque tenía buen sabor sino porque yo lo cuidé.
La textura, el olor intenso, la pureza del sabor, provenía de algo que toqué con mis manos desde que era una plantita pequeña. Me costó mucho que no muriera, porque yo no sabía cuál era el monto adecuado de agua para que pudiera vivir y el clima bipolar de Miami, no ayudaba mucho. Ella se secó un poco, y cuando la creí perdida, la regué, le hablé y salió de nuevo victoriosa de la muerte a regalarme enormes ramas de color verde brillante para que yo pudiera lucirme en la cocina.
Mi albahaca es especial. Aún está conmigo y acompaña muchos de mis platos.
Es casi un privilegio poder comer algo local y orgánico en un mundo que cada día se va perdiendo en la superproducción de alimentos. El uso desmedido de fertilizantes y alimentos perfectos creados en laboratorios por ingenieros que los modifican genéticamente, para que siempre tengan el mismo sabor, color y tamaño todo el año, son la opción más rápida de un público que cada día tiene menos tiempo de ir a mercados locales o no tiene el ingreso suficiente para consumir hortalizas y frutas biológicamente naturales.
Yo prefiero invertir en mercados pequeños manejados por sus dueños y apoyar la producción a baja escala y no gastar dinero en medicinas. Prueben un día comprar alimentos allí y verán la diferencia, hablo de ir directamente a las granjas productoras, de ir a los mercados y poder ver la tierra en las raíces de las hortalizas.
Alice Waters, (de quien usé la cita que abre este post) es una luchadora y activista, fundadora del movimiento «farm to table» y está trabajando desde hace muchos años para cambiar el estilo habitual de los restaurantes usando ingredientes locales de productores independientes en sus recetas y comidas. Ella hizo de su restaurante «Chez Pannise» en California, un modelo sustentable de cocina sencilla y orgánica, creando conciencia sobre la importancia de comer saludable, fresco y de temporada. De nada sirve poder comer manzanas todo el año si te comes una manzana modificada genéticamente que va a llenar tu cuerpo de una cantidad de sustancias que no puede procesar.
Miami no solo es rica en diversidad de culturas, también lo es en la amplia variedad de mercados y restaurantes que producen y cocinan con ingredientes locales e importados de muy buena factura.
Cada vez que tengo tiempo los fines de semana me adentro en el mundo de los mercados de productores locales, y aunque no me gusten mucho los lugares con mucha gente, el placer de comprar verduras, pescados, hortalizas y frutas frescas y hermosas para cocinarlas, es más fuerte que mi terror a las multitudes.
Tengo varios sitios favoritos, por ejemplo si tengo que ir al norte, paso por Yellow Green Farmer Markets donde podrán conseguir desde las mejores tortas de pan (bread pudding) hechas por una señora americana encantadora, hasta encurtidos y aceitunas importadas, pan casero, delicateses del medio oriente, empanadas venezolanas, música en vivo y por favor, no dejen de comer en los restaurantes de allí, son maravillosos, especialmente el Chillbar, donde lo fresco y orgánico se mezcla en un ambiente amistoso y playero.
En Homestead, está el famoso Redland Market Village, donde se juntan un mercado de pulgas, mercado, tiendas, joyerías, viveros, food trucks y pequeños restaurantes mexicanos y centroamericanos. Bastante ruidoso y lleno de gente, les recomiendo ir temprano. Allí hay un puesto de buenos quesos frescos mexicanos y uno de trenza muy parecido al venezolano, todos los chiles conocidos y desconocidos y legumbres de concurso.
Allí tengo que preguntar el nombre de muchas verduras que no conozco. Uno de mis retos es comprar algo que no sé a qué sabe y luego buscar alguna receta en internet y cocinarlo. Así aprendo un poco de la culinaria de otros países.
Ya más adentro de las ciudades hay algunos mercaditos que abren los sábados o los domingos y se pueden encontrar buenas alternativas (un poco más costosas) para adquirir vegetales frescos, pescados y mariscos, panes artesanales y plantas. En Coral Gables, está el Coconut Grove Saturday Organic, la Universidad de Miami también ofrece una alternativa diferente para los buscadores de lo natural en su Well Canes Maketplace.
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