Ahora es América la que teme por los EE.UU
por María Teresa Romero
Más que en oportunidades anteriores, en el mundo y especialmente en América Latina el proceso de elecciones presidenciales estadounidense se vive con preocupación y expectativa. Incluso, con miedo y rechazo.
Ello se debe, por una parte, a que ese proceso está demostrando con claridad el creciente debilitamiento del sistema bipartidista del que se supone la mejor democracia del mundo, donde ya hacen mella los peligrosos fenómenos de la antipolítica y el anti partidismo que tanto daño han causado a los latinoamericanos.
Pero, fundamentalmente, la preocupación deriva de la alta posibilidad de que el magnate Donald Trump llegue a convertirse en el nuevo presidente de los Estados Unidos. Más allá de su retórica populista, racista y xenofóbica, en América Latina existe la percepción – creo que bien fundada- de que el sr. Trump no está preparado para enfrentar y lidiar con una región tan compleja y cambiante, donde no hay un país, ni un conjunto de naciones, que ejerzan un liderazgo incontestable; una región que políticamente , luego de dos décadas de fuerte influencia de la izquierda radical, finalmente se inclina hacia la centro derecha pero que aún se encuentra muy polarizada y poco cohesionada, con numerosos foros de concertación y con serias crisis institucionales (como las de Venezuela y Brasil); una región, además, en recesión económica y minada por los flagelos de la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo que afectan seriamente su estabilidad y seguridad democrática.
A ello se suma la sui géneris política exterior de Trump, que combina una fuerte tendencia aislacionista con una peligrosa exaltación nacionalista y militar. De llegar a ser presidente, el candidato republicano -cuyo lema es “hacer América grande otra vez”- estará más enfocado en la política y la economía nacional, que en la política exterior hacia sus vecinos, más ello no significará que evitará los conflictos y enfrentamientos con ellos. Lo más probable es que retorne de alguna nueva forma una etapa conflictiva, como en la época de George W. Bush, en las relaciones interamericanas, no sólo con las nuevas dictaduras del siglo XXI como las de Venezuela y Cuba, sino también con países considerados aliados, amigos, como México y Colombia. Si gana Trump, EE.UU no buscaría incrementar las alianzas políticas en el hemisferio, mientras que Clinton se afincaría en ello. Es más, si gana Trump, muchas relaciones con países amigos se enfriarían.
Es obvio que la mayoría de los latinoamericanos prefieren como inquilina de la Casa Blanca a la demócrata Hillary Clinton, quien garantiza la política de alianzas con países amigos bajo el signo del respeto mutuo y la no intervención, y la moderación diplomática aunque con firmeza política. Ella también representa una continuación de la política exterior implementada por el actual gobierno de Barack Obama, que en general ha sido bien recibida por los latinoamericanos. El sondeo más reciente del Latinobarómetro señaló que un 65% de los encuestados en la región tienen una opinión buena o muy buena sobre Estados Unidos. Clinton, sin duda, le pondría más atención que Trump a la región. Ella ha dicho repetidamente que “Ninguna región es más importante que América Latina”.
Además, de Clinton puede esperarse que busque expandir el comercio estadounidense, que persista en el apoyo de la llamada “agenda del libre comercio, aun cuando en la actual campaña electoral ha mostrado cierta oposición al Acuerdo Trans-Pacífico (TPP), declarando que si bien había apoyado la iniciativa durante su gestión como Secretaria de Estado (ella lo llamó el “Tratado de oro”), ahora no está segura de que el Acuerdo pueda generar empleos o mejorar los salarios de los trabajadores estadounidenses. Donald Trump, en cambio, quiere acabar con el libre comercio en su forma actual. Para él, los tratados, como el NAFTA y cualquier otro que no “beneficie a Estados Unidos” deben ser renegociados; él promulga una política proteccionista para resguardar al trabajador estadounidense.
En materia de lucha en contra de la narcoinsurgencia, una posible administración Clinton continuará invirtiendo en lugares como el Triángulo Norte de Centroamérica y en Colombia, así como en el resto de la subregión andina. Para Clinton, el Plan Colombia es un legado de su esposo que no dejará de lado de llegar a la Presidencia de los EE.UU.
Por otra parte, lo que haga Trump o Clinton en el tema doméstico de la inmigración ilegal, también afectará las relaciones con América Latina, especialmente con México y Centroamérica. En líneas generales, puede decirse que con Clinton y los demócratas en la presidencia estadounidense se tenderá a favorecer la regularización. Hillary seguramente utilizaría sus atribuciones presidenciales para mantener y extender decretos como el Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA) que otorga un permiso de dos años de trabajo renovable para jóvenes migrantes indocumentados, evitando la deportación. También presionaría para una reforma migratoria más inclusiva, aunque una Cámara Baja con mayoría republicana bloquearía sus esfuerzos. Trump, por el contrario, intentaría poner en práctica las promesas anti inmigrante de su campaña electoral y apostaría por una reforma sin tregua para los inmigrantes indocumentados, echando mano de las deportación masivas.
Ahora bien, ¿quién garantiza que Hillary Clinton llegue a ser presidente del gran vecino del norte? Pese a preferirla, los latinoamericanos ven con suma preocupación e incertidumbre su candidatura. Además del nivel de desconfianza que inspira y de la mala fama de “política tradicional, del establishment” y hasta de “mentirosa” que le han creado sus opositores, el caso del uso de una cuenta de correo privado para tratar asuntos oficiales mientras fue secretaria de Estado (2009-2013), podría afectarla seriamente. Si el FBI considera que Clinton infringió la ley podría recomendar a la fiscal general Loretta Lynch que impute a la candidata. Ello no es improbable en la caótica política estadounidense actual.