“Solo tengo una certeza: no estoy sola. El dolor y la vida van conmigo.”
Por Yorgenis Ramírez
A y yo pasamos horas contemplando los aviones despegar desde la terraza del bloque morocho, de la urbanización 10 de Marzo, en Maiquetía.
–Mana, estamos urgidas de amor, excesos y glamour. El subdesarrollo no es para nosotras, que necesitamos de los avances en el pensamiento occidental.
–En España es la cosa.
–¡No! Lo mío es más gutural. Alemania. Los teutones me llaman.
–¿Te imaginas?
–¡Por supuesto! Una negra como yo, cantante, con este aroma de misterio caribeño, porno y cafetería de Machurucuto, ¡ja! La boto de jonrón querida. Y si a eso le sumas mis disertaciones sobre Nietzche y sexuales disruptivas, par favar, la diva.
–¿En verdad quieres operarte?
–¡Claro! ¿Qué hago yo con un pene entre las piernas, cuando me siento más mujer que Lady Di?
–No sé, yo…
–¿Estás afocado, marico?
–No. Solo me cuesta opinar sobre un tema que desconozco. Puede que mis opiniones te ofendan.
Año 2000. Yo tenía 16 años. A, 18. Su sueño era sentirse amada bajo la piel de una mujer cuya feminidad transgredía los límites y estereotipo con los que fuimos «educados». Yo crecí con los estragos de una sexualidad sin nombre. Nadie me dijo nada. No hubo orientaciones. Todo lo fui descubriendo gracias a la providencia, y sobre todo, la experiencia donde se entretejen la imagen, los esquemas, la identidad, el género y los conceptos que son sinónimo de luchas, derechos y la búsqueda de un lugar justo en el mundo.
–El año que viene me voy. Tengo 18 años, termino el bachillerato, me lanzo unos polvos rudos con el piloto y zas, para las grandes ligas europeas, mi lindis. Además, en este país se viene algo muy feo con Chávez y los bolivarianos. Esa gentecita tiene una mente malandra y yo con malandros no pacto.
Silencio. Observo la emoción de A, su desparpajo, la certeza de sus ilusiones quirúrgicas y el dolor, un dolor enmohecido en el hueso de su dignidad.
–¿De qué huyes?
–¿Huir? ¡Quéjeso, papi! Yo voy de frente por la vida.
–¿Abandonando tu abuela?
–¿Abandono? ¿Cuál abandono? ¿Crecer y procurar lo mejor para ambas es dejarla en el abandono?
–¿Lo mejor es dejarla sola?
–¡Ay no, Yor! Deja el drama.
–No es drama.
–¿Ah no?
–Es tener un para qué, una razón, algún sentido qué…
–Mi para qué, mi razón y sentido es quitarme de entre las piernas un pedazo de carne con la que nunca me he sentido yo.
–¿Un pedazo de carne? ¿O lo que has vivido? ¿O las burlas, humillaciones y maltratos que llevas encima? ¿Eso se cura yéndose del país? ¿Eso se cura con una re-asignación de sexo? ¿Qué no terminas de decirme? ¿Qué ocultas?
Silencio. Un avión aterriza. A lo detalla. Sus ojos trémulos dibujan un boceto de tristeza y dolor que se ve obstaculizado por la fuerza que A ejerce, luchando contra sus emociones. No le gusta que la vean llorar, aunque ya las lágrimas ruedan por sus mejillas, inconteniblemente.
–Dijiste: «Yo iré a otra tierra, a otro mar. Otra ciudad mejor que esta ha de hallarse».
–Constantino Cavafy.
–Sí. Cavafy era homosexual. Es mi poeta favorito. En su poesía me he encontrado, reconciliando, o tratado, con mis heridas, con mi sexualidad herida. Aunque hay heridas que sólo cierran con tiempo y paciencia. Sobre todo cuando tu propio papá te viola. Sí. Durante años mi papá me violó. Todo bajo el conocimiento de mi abuela. Ella no podía echarlo de casa o denunciarlo porque él era quien mantenía la casa. Si lo hacía nos moríamos de hambre. Era preferible ser violado durante años. No sólo eso: sino ser sistemáticamente burlado, humillado y maltratado. Como bien pudiste darte cuenta, Yor. Eso sucedió durante cinco años, hasta que gracias al cáncer pude librarme de él. Un cáncer de estómago se lo tragó hace un año. Y aun viviendo lo que viví, tuve que cuidarlo hasta su última hora. No lo odio. Por más que he tratado, no lo logro. Me odio a mí mismo. A mi cuerpo, que quiero cambiar por otro, al menos en esencia. La esencia real de quien soy. «La fatalidad condena, aquí, todos mis esfuerzos; y mi corazón –como un muerto– está bajo tierra». Cavafys.
Silencio. El asombro desnuda mi mudez. A voltea su mirada y contempla un avión despegar. Es el año 2000 y hablamos de exilio, identidad y dolor, sobre todo del dolor, el dolor desenmascarando las heridas.
–Gracias por escucharme, Yor. Solo tengo una certeza: no estoy sola. El dolor y la vida van conmigo.
El avión se abre paso en la lejanía. A y yo nos sentamos en el borde de la terraza, sostenidos por el vértigo. Nos tomamos de la mano, frágiles, desnudos, en la novedad donde podemos recomenzar: la vida.
@yorgenisjramirez
Escritor | Personal Brander | Storyteller | Copywriter
Colaborador articulista de The Wynwood Times
Columna: Apuntes desde el vértigo