El «Trumpismo»: Fenómeno y desafío global
Por María Teresa Romero
Mucho se ha escrito sobre el recién presidente electo, Donald Trump, del aún más poderoso país sobre la tierra, los Estados Unidos. Abundan, especialmente, los análisis en torno a las causas domésticas de su victoria, poniendo énfasis en el tipo de campaña electoral que él y su equipo llevaron a cabo, y en los discursos demagógicos, populistas y nacionalistas que emplearon los cuales, sin duda, sintonizaron con las ideas e ilusiones de una parte de la población estadounidense.
Si bien esenciales, el aún increíble triunfo del supermillonario no puede explicarse en toda su extensión sin tomar en cuenta un aspecto de carácter internacional: en el período de globalización actual que vive nuestro planeta, el tipo de liderazgo que Trump representa – signado por es el que más impacta y gusta en unos electorados cada día más interconectados y tendentes a la banalidad, a lo simple y superfluo.
Esto no quiere decir que en otras épocas de nuestra historia mundial no hayan triunfado líderes nacionalistas, populistas y anti partidistas similares a él. Por supuesto que sí. Ese tipo de liderazgo siempre ha existido. Sin embargo, no había prosperado tanto como en esta época de globalización. Incluso, durante el período histórico denominado Guerra Fria – entre 1945 y 1991 más o menos- se dio un fuerte rechazo mundial hacia esos líderes que fueron, precisamente, quienes en gran parte provocaron la II Guerra Mundial. Piénsese en Adolfo Hitler, para sólo citar un ejemplo.
En efecto, desde que se inició la denominada globalización o período de post Guerra Fría en la década de los 90 del siglo pasado hasta ahora durante la segunda década del siglo XXI, son muchos los liderazgos de ese tipo -también denominados neopopulistas, neonacionalistas, neoautoritarios y anti-políticos-, provenientes tanto de la derecha como de la izquierda del espectro político, que han llegado al poder. Los ejemplos sobran en todos los continentes. No se salva ninguno. Ni Europa. Sólo en el continente americano destacan, entre otros muchos, Alberto Fujimori en Perú, Collor de Mello, Lula Da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela, Menem y los esposos Kirchner en Argentina, y ahora Donald Trump en los Estados Unidos. Algo impensable hasta hace poco.
En los primeros años de la post Guerra Fría abundaba el optimismo en relación a los efectos del proceso de globalización. Analistas, periodistas y gobernantes creían que con esa tendencia global paulatinamente pasarían a integrarse las economías, los estados-naciones, los sistemas políticos, las culturas, las razas, los géneros, las religiones, en fin, la civilización tendería a la unificación y el entendimiento y, por supuesto, bajo los códigos de los valores y leyes más racionales y humanizadas que son los occidentales, los de la democracia liberal.
Algunos pensadores, hasta lanzaron la propuesta futura de un gobierno global cuya administración y gestión estaría a cargo de los líderes mundiales más racionales y sabios, los más preparados para llevar a los habitantes del mundo a una vida moderna integrada, en la que las diferencias de cualquier naturaleza serían toleradas y consensuadas bajo una autoridad iluminada, nunca antes vista.
No obstante, como también señalaron otros autores, de la globalización – como proceso no lineal ni predecible- pronto se derivaron otros efectos que se fueron sumando pero a la vez oponiendo a los antes mencionados. Se trata de los efectos desintegradores que empezaron a hacer estragos en los ideales planteados.
Así, a todos los niveles (individual, nacional, regional, e internacional) y en términos políticos, económicos, institucionales, sociales, culturales y religiosos, la desintegración se hizo presente. En política, volvieron entonces a surgir -y con mucha fuerza- las propuestas anti-democráticas, antipluralistas, anti-liberales, anti-políticas así como las divisiones y nacionalismos de todo tipo. Todo lo cual hizo necesario el retorno de los liderazgos igualmente populistas, antipartidistas y autoritarios de nuevo cuño.
Todo esto ha sido una reacción, una resistencia, un antagonismo a los efectos políticos integradores que también tiene la globalización.
De acuerdo a lo anterior, Trump o más bien el «trumpismo», al encarnar todas esas tendencias y características actuales, también ha pasado a ser un fenómeno global, un efecto desintegrador de la propia globalización. Y como tal, representa un desafío dentro y fuera de los EE.UU, y por lo tanto igualmente debe ser enfrentado de manera global.