El burkini de la discordia
Por Adriana Bertorelli
¿Tradición o traición?
En estos días es mucho lo que se ha escrito sobre la prohibición en muchas playas francesas del uso del burkini. Para quienes aún no se han enterado de qué va la diatriba, aquí les contamos: pues el burkini es un traje de baño de dos piezas que cubre desde los pies hasta la cabeza – literalmente – que solo deja al descubierto el rostro, las manos y los pies y que han comenzado a usar las mujeres musulmanas para ir a la playa.
Y aunque el burkini se inventó en 2003 (el nombre es una obvia mezcla de burka con bikini, porque el traje de baño en cuestión consta de dos piezas) ha sido realmente durante este verano cuando ha suscitado toda clase de debates acalorados en pro de su uso y en contra de él.
Pero, ¿por qué este extraño traje de baño que se asemeja a uno de esos trajes que usan los surfistas y son fabricados en neopreno se ha convertido en el ojo del huracán de la discusión sobre el islamismo? ¿Hasta dónde llega nuestra petulancia y qué nos capacita como jueces de lo que pueden o deben usar los demás para vestirse de acuerdo a sus creencias religiosas? ¿Tiene tanto derecho quien usa tanga como quien decide usar burkini? Lanzamos estas preguntas al aire y no nos queda más remedio que irlas respondiendo sin poder evitar encontrarnos con un tema duro, muy duro, de roer.
Y aquí, probablemente, es donde nos estamos desviando de lo esencial: el derecho de la mujer a decidir cómo vestirse. A decidir usar hábito, burkini o ir en topless, si le da la gana y si las leyes se lo permiten. Y allí es, justamente donde nace el dilema. El uso de la burka, niqab o hiyab, según sea el caso, es obligatorio en muchos de los países desde Malasia hasta Marruecos. El islamismo fundamentalista le exige a toda mujer cubrir sus encantos, entre los cuales se cuenta su cabello, para no incitar a los hombres a tener pensamientos impuros o incluso provocar una violación porque, según el islamismo, esta es la naturaleza esencial del varón y es obligación de la mujer alejar esos malos pensamientos. Cuando el cuerpo de la mujer la trasciende y se convierte en un espacio político, no existe manera de emitir una opinión sin hundirse en aguas turbulentas.
Entonces, ¿de verdad las mujeres musulmanas deciden por voluntad propia usar burkini para ir a la playa o es una imposición de la sociedad que las condena si no la usan? ¿Se le exigiría una conducta parecida a una persona practicante de cualquier otra religión? ¿Por qué algunas activistas en Francia se creen con el derecho de defender el uso del burkini, aludiendo a la libertad de expresión y de culto, pero no son capaces de alzar su voz para defender el derecho de las mujeres musulmanas a vestirse como quieran en sus países de origen donde no existen estas libertades? ¿Dónde empieza el derecho de uno y termina el del otro? ¿Por qué la polémica se suscita en Francia uno de los epicentros del pensamiento Occidental y donde existen todo tipo de libertades, pero no hay quien las discuta en el Medio Oriente? Si se defiende el derecho de las mujeres para usar burkini en Europa, pues se debería defender también el derecho de las mujeres de no ir totalmente tapadas en sus países de origen. ¿O resulta que la discusión no funciona para los dos lados sino para donde nos resulta más cómodo?
En Venezuela, en los años 70, a mi mamá le prohibieron la entrada al cine porque fue en pantalón a ver El último tango en París. Sí, para ver aquella película en la que un Marlon Brando de mediana edad sodomizaba a una jovencísima María Schneider ayudado con una barra de mantequilla, era necesario que las mujeres fueran vestidas como para ir a misa. Se me ocurre que esta misma doble moral es la que priva hoy con la discusión del uso del burkini en las playas europeas, cuando la verdadera discusión es una mucho más profunda: que en una religión intolerante y retrógrada las mujeres no tengan la posibilidad de ir al colegio si desde los 7 años no comienzan a taparse cuando salen de su casa, que la burka, el niqab y el hiyab son símbolos políticos de opresión y que banalizar el uso de estas prendas como requisito obligatorio sería igual que aceptar con agrado a alguien que ostente símbolos nazis o racistas en su vestimenta.
No existe formal fácil de enfrentar este tema porque con respecto a la libertad no hay extremo que no queme. Realmente lo único que importa es si las mujeres que usan burkini en cualquier parte del mundo lo hacen porque ellas quieren o porque las obligan y si somos capaces de defender su libertad para elegir y opinar en el mundo Oriental tanto como somos capaces de hacerlo en el Occidental.