Por Nixon Piñango.
Hace unas semanas vi un video en el canal de YouTube de VisualPolitik que hablaba de la empresa Match Group. Probablemente muchos no la conozcan, pero se trata de la casa matriz de casi todas las marcas, webs o aplicaciones relacionadas con las citas on-line. Sí, también es la casa matriz de la afamada aplicación Tinder, la más conocida de su clase en todo el mundo y la que ha normalizado el amor virtual.
Guste o no, no se puede negar que Tinder es la app del momento. No sé los números exactos, pero habrá sido descargada unos cuantos millones de veces. Y a esto se le une que constantemente estemos viendo cómo nacen y se promueven plataformas similares, algunas muy especializadas, como Grindr (que es para hombres homosexuales), y otras de grandes compañías como Facebook Dating.
Internet es y siempre ha sido un espejo de la sociedad o una forma de ver al mundo en el que vivimos desde un punto de vista virtual; es una versión de nuestra realidad en la que no nos llamamos «ciudadanos» sino «usuarios», por tanto, tendemos a relacionarnos allí como nos relacionamos en la vida real y, si bien parece que sitios como Facebook o Instagram son el ejemplo más fiel de ello, conceptos como el de la virtualización del amor no son tan nuevos como parece.
Match Group tuvo su génesis en la burbuja puntocom, un momento en que internet se sometía a la crisis existencial de si era necesario o no para la vida de las personas, una duda que hoy nos parecería ridícula si no fuera porque entonces internet no tenía la penetración que tiene ahora. Match Group, que nació en el año 1995 como match.com, fue una de las pocas empresas puntocoms que sobrevivió a esta crisis y hoy es un monopolio del amor virtual así como Google es un monopolio de las búsquedas on-line. Pero no es la única de su clase, ¿o es que acaso nadie se acuerda de Adult FriendsFinder, Hot or not o Badoo?
Tinder no es más que una optimización post-moderna de lo que fueron estas páginas y no tiene mayor mérito que haber extendido de forma vertiginosa algo que ya existía, aprovechándose de la fiebre de los teléfonos inteligentes, por supuesto. Hasta aquí todo bien; sin embargo, lo raro es que lo que ahora parece una incitación a los adultos jóvenes a que tengan cada vez más sexo o a ver el sexo como una cosa cada vez más sencilla de obtener, parece estar provocando el efecto contrario: una renuencia hacia la actividad sexual. Veamos…
En primer lugar, la mayoría de los estudios sobre Tinder y otras apps para ligar concluyen que una persona no va a tener más sexo por el simple hecho de estar en ellas, y es que funcionan como simples canales de mensajería y sexting, nada más que eso. Pero no hace falta recurrir a los estudios para comprobarlo, es suficiente con que uno mismo se dé de alta en Tinder, por ejemplo, y viva en carne propia cómo más del noventa por ciento de las conversaciones no se concretan en encuentros reales. Sólo pocas personas son lo suficientemente arriesgadas como para tener sexo con quienes no llevan conociendo más de un día.
En segundo lugar, está lo que algunos llaman la generación ameba o un grupo de individuos (en su mayoría jóvenes) que se declaran y viven su orientación asexual o basan su vida en un desinterés hacia el sexo. La asexualidad siempre ha existido, pero es curioso que ahora parezca aumentar en números proporcionalmente superiores al del crecimiento demográfico, siendo esto que hoy hay más de setenta millones de asexuales en todo el mundo. Japón, por ejemplo, es el país con la mayor tasa per cápita: en torno al cincuenta por cierto de los millennials de ese país son vírgenes y no parecen estar interesados en cambiar esa situación.
En tercer lugar, si hablásemos con cualquier publicista sobre el tema del sexo, éste nos diría que la frase «el sexo vende», que siempre fue un principio del oficio publicitario, ya no es tan cierta. En un mundo donde el porno está al alcance de cualquiera, de manera gratuita y con tan sólo hacer un clic, el tratamiento subliminal del sexo en la publicidad ya no llama la atención. La normalización de la pornografía le quitó al erotismo su carácter controvertido y le arrebató su condición de elemento de enganche; ya no nos escandalizamos cuando vemos una fotografía de una mujer en topless o de un hombre con las nalgas al aire, porque ya hemos visto videos en primer plano de vaginas y anos siendo penetrados por penes erectos.
A mi parecer, todo esto tiene que ver con algo que la ciencia económica ya estudió siglos atrás y es la ley de la oferta y la demanda: de acuerdo con lo que ésta puntualiza, los bienes más escasos son los más valiosos. En el mundo conservador de antes, el sexo era una cosa muy preciada pues requería de procesos previos de cortejo que implicaban tiempo, tácticas y características especiales (belleza física, posibilidades económicas, prestigio social, etc.), misma lógica que nos dice que en un mundo como el de hoy, donde el sexo se puede conseguir mucho más fácilmente, ya éste no interese tanto.
A la larga, quizás veamos un problema asociado: el sexo es la manera más eficiente que tiene la raza humana para garantizar la perpetuidad de la especie. Es cierto que se están desarrollando nuevas maneras gracias a los avances de la tecnología, pero todavía la mayor parte de los seres humanos son concebidos mediante el sexo. Si en un futuro las tecnologías reproductivas no lograsen compensar ese nivel de nacimientos que se seguirán perdiendo por el desinterés hacia el sexo, estaríamos condenados.
Ahora, no todo es negro. Por un lado, parece ser que falta muchísimo para que un escenario así se dé, y por otro lado, podríamos matizar este discurso medianamente alarmista diciendo que el humano está consciente de lo que lo rodea y que, por lo tanto, modifica sus acciones en consecuencia, es esa capacidad adaptativa suprema que le ha permitido sobrevivir por más de tres cientos mil años. Y bien podría este desinterés hacia el sexo ser una condena como también un mecanismo regulatorio inconsciente que evitaría que sobredimensione las capacidades del entorno que lo sustenta, quién sabe (roguemos por lo segundo).
Escritor y periodista
Columnista en The Wynwood Times:
El escribiente amarillo