Por Nixon Piñango.
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He trabajado varias veces como community manager, el oficio por excelencia de la generación del milenio, notando así que los clientes —las personas que te contratan para que les manejes sus redes sociales o las de sus empresas— no tienen ni idea de cómo funcionan plataformas como Facebook, Instagram o Twitter; muchas veces te exigen cosas que no se pueden hacer o, mejor dicho, que no se pueden controlar. Es desconocimiento, obviamente. Manejar tus cuentas personales de redes sociales y ver como un sinónimo de éxito los pucheros que publica Kylie Jenner en las suyas no implica saber sobre el tema o al menos no con un buen criterio, y es que ¿cuántas cuentas de redes sociales no hay que publican pucheros con filtros de conejitos que son tan desconocidas como la de cualquier otra persona?
Desde que estudias el oficio de community manager, ya sea en cursos, en carreras universitarias (que ya las hay) o desde que te metes de lleno con la experimentación, te enteras de que las redes sociales tienen un temperamento, por llamarlo así. Lo que nadie te dice y además nunca lo llegas descubrir por ti mismo es cómo es ese temperamento o cómo abordarlo, y es que interactuar con una red social implica tener una relación egoísta con ésta, implica que nosotros le proporcionaremos toda la información de nuestras vidas que necesita para conocernos en profundidad, de forma directa o indirecta (sin que nos demos cuenta), mientras que ella solamente nos mostrará contenido y publicidad.
¿Cómo podríamos saber cómo piensa si no nos habla o se comunica con nosotros a través de algún otro mecanismo?
No sé si sabías que las redes sociales se basan en algo llamado deep learning, que es un proceso computarizado de aprendizaje con el cual estos softwares aprenden sobre sus usuarios y, en base a eso, les muestran lo que ven en las pantallas de los dispositivos. ¿Alguna vez te habías preguntado cómo YouTube es capaz de recomendarte cosas que realmente te gustan o cómo interpreta por sí misma (y al instante) que un video que has publicado no es apropiado o infringe derechos de autor? Pues, la respuesta es precisamente el deep learning.
Este tema parece espeluznante cuando uno recuerda películas como Terminator, donde las máquinas que han logrado aprender por sí mismas se han terminado revelando contra los seres humanos, considerando que son una especie inferior y causando así su apocalipsis. Pero el que ha tenido la oportunidad de encontrarse con los relatos de La Fundación de Asimov y quienes además estén conscientes de todos los dilemas que giran en torno a la inteligencia artificial, saben que probablemente ese mundo post-apocalíptico nunca llegue.
Ahora, resulta curioso que ya estemos conviviendo con máquinas inteligentes y no nos estemos percatando de ello en la medida que necesitamos para comprender a cabalidad cómo cambia el mundo donde vivimos. La inteligencia artificial es una parte esencial de lo que somos hoy, algo que nos parece irrelevante hasta que descubrimos que ésta no tendría sentido si no fuera por lo útil que es, y es que gracias a ella el mundo actual, un mundo de redes sociales y de miles de datos informativos circulando a cada segundo por la web, no nos parece tan abrumador.
¿Pero está bien que sea así, está bien que las máquinas controlen nuestras preferencias (porque en el fondo lo hacen al condicionarlas cuando nos muestran el contenido que creen que nos gustará), está bien que las máquinas corrijan por nosotros la ortografía de nuestros textos o que incluso acomoden nuestros defectos físicos en las fotografías que nos tomamos? Para muchos conservadores esto es un síntoma de que ese panorama Terminator está a la vuelta de la esquina, porque sí es cierto que la inteligencia artificial nos está inutilizando poco a poco, pero lo que quizás esas personas no entienden es que este mundo de máquinas más inteligentes y de personas cada vez más inservibles (idea que realmente es muy cuestionable, por cierto), era algo que no podía evitarse.
Para poder superarnos más allá de nuestras capacidades, los seres humanos necesitábamos ayuda, ayuda de algo que hiciera cálculos más rápidos, de algo que organizara nuestras ideas de forma más eficiente, de algo que la naturaleza no iba a crear espontáneamente y que por eso tenía que venir de nuestra mano. Y sí, los avances no son buenos por el hecho de ser, lo que sería lo mismo a decir que el futuro no siempre traerá beneficios, pero creo que seremos espectadores pasivos de ciertas cosas que cambiarán nuestra forma de ser, y aunque eso en principio nos genere recelo, terminaremos adaptándonos y sobreviviendo, como bien hemos sabido hacerlo en los más de trescientos mil años que tenemos sobre la Tierra.
Escritor y periodista
Columnista en The Wynwood Times:
El escribiente amarillo